El
alcohol (hablamos del etanol
o alcohol etílico) se produce por la fermentación de la uva y otros
vegetales acelerada por una levadura. Así pues, las bebidas alcohólicas
son productos obtenidos de alimentos naturales. Sin
embargo, el etanol no es un alimento natural para el ser humano y su
consumo obliga al hígado a distraer unos recursos metabólicos que están
destinados a otros fines. De este modo, una primera
consecuencia del consumo de alcohol es originar un desequilibrio
metabólico que es la causa, entre otras cosas, de que se acumule grasa
en el hígado o de que suban las concentraciones de
triglicéridos y ácido úrico en la sangre.
Pero
lo peor es que el hígado
transforma el alcohol en otro producto, el acetato, que sí se puede
utilizar como fuente de energía por el organismo. Para ello tienen ligar
una serie de reacciones químicas que tienen como
consecuencia la generación de radicales libres, sustancias con alto
poder oxidante, y de aldehído acético, que es un potente tóxico celular.
Si el alcohol saliera del organismo tal y como entra (tras
proporcionarnos unas horas de relax o de euforia), no sería tan malo,
pero desgraciadamente no es así y esto no tiene remedio.
Por Isaac Reguera González.
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